Cuando no se tiene auto y hay que levantarte temprano para poder agarrar un microbús que te lleve o te deje cerca de la zona de donde trabajas o estudias, todo esto se vuelve una odisea, desde dejar la cobija a un lado hasta abordar el microbús.
Todas las mañanas el desayuno es acompañado por el sonido de las bocinas de los buses y microbuses que van hacia Managua, exactamente frente a la UCA, luego de darle tres sorbos al café y comer una rebanada de pan, me preparo para salir y esperar el microbús que me llevará hasta mi destino, desde Ticuantepe hasta la capital.
La espera agobia el tiempo, y cada vez se hace más tarde para llegar temprano, cinco microbuses han pasado pero ninguno con espacio para llevar a un pasajero más, tres personas asoman casi la mitad de sus cuerpos por la puerta del pequeño microbús. El cobrador, grita y empuja diciendo - “hay lugar al fondo, avancemos por favor”- mientras con mucho valor alzo mi brazo y le hago la señal de parada, para ver si alcanzo, y así poder llegar, el cobrado saca la cabeza por la ventana y me hace seña de que el microbús va lleno, aunque más adelante se detiene y sube a una joven delgada, muy bien arreglada, el cobrador empuja a la joven con fuerza hacia dentro para poder cerrar la puerta.
La espera se alarga más, pasado 15 minutos se acerca otro microbús un poco más espacioso que el anterior, aunque siempre lleno, ya es demasiado tarde como para esperar otro con la esperanza que venga vacío, el microbús va con 12 pasajeros, el límite de personas sentadas, y con 10 personas más de pie, más el cobrador y yo, somos 24 personas, con mucho esfuerzo logro alcanzar y sostenerme para no caer, porque el microbús viajaba con la puerta abierta, mientras se bajaban dos personas que iba a la siguiente parada, como a 4 kilómetros delante de donde yo aborde la unidad.
Se bajaron dos y yo seguía de pie, con la mitad del cuerpo torcido, porque no alcanzo completo en el microbús, más adelante se detienen y suben tres personas más, mientras el cobrador acomodaba a la gente, por el lado izquierdo aventaja otro microbús con la misma ruta que el nuestro, el conductor echa a andar el microbús y acelera para poder alcanzar y dejar al que nos aventajo, el otro microbús, que es de otra cooperativa va adelante.
El conductor del microbús viajaba a casi 100 kilómetros por hora en una carretera donde el límite de velocidad es de 60 kilómetros, no tardaron en escucharse los reclamos de la gente, “animal, nos vas a matar, acaso llevas ganado”, gritaba una señora que viajaba en la parte de atrás, un señor en el asiento de en medio reclamaba, “baja la velocidad, sos caballo, que bajes la velocidad, que por diez pesos no voy a perder mi vida”, el señor que manejaba el microbús hacía caso omiso a los reclamos de la minoría, una tercera persona grita y dice “o bajas la velocidad o me bajo hijue…”, al parecer las demás personas ya están acostumbradas a viajar como en una carrera de Need for Speed, mientras yo me sostenía más fuerte para no caer encima de una muchacha, debido a los frenazos que daba el microbús.
Saliendo a la carretera Masaya, nos espera el tráfico pesado de las 6:30am, avanzar a paso de tortuga es desesperante tanto para el pasajero como para el conductor, ni pensar que si llega tarde le cobran los minutos de retraso, y si yo llego tarde la profesora no me deja entrar a la clase, pero ya no puedo hacer más, pero el conductor decide aventajar por la derecha e invadir la zona por donde los peatones transitan, así sigue hasta que ve los conos color naranja a lo largo y un hombre vestido de celeste con chaqueta verde, es hasta ese momento que vuelve al carril que le corresponde, ya nadie grita ni se queja.
Aventajando por la derecha, sobre límite de pasajeros, exceso de velocidad, la puerta abierta, acompañante de cabina sin cinturón de seguridad, y además que no prestan el servicio de expreso, porque van subiendo cuanta gente alcance, si calculamos todas estas infracciones por cada viaje que hacen al día, estarían endeudados con la policía de tránsito.
Ya vamos llegando hasta donde el microbús hace su estación, y por ese momento el microbús se observa vacío, y ya me puedo sentar, pero ahora, para qué, si a tres cuadras adelante me bajo, con la nuca adolorida y sudado, he llegado, después de casi 50 minutos de viaje con sustos y frenazos, estoy completo, pero lástima que ya no puedo entrar a mi clase y he perdido las primeras horas, solo me queda esperar y prepararme para el viaje de mañana.
Todas las mañanas el desayuno es acompañado por el sonido de las bocinas de los buses y microbuses que van hacia Managua, exactamente frente a la UCA, luego de darle tres sorbos al café y comer una rebanada de pan, me preparo para salir y esperar el microbús que me llevará hasta mi destino, desde Ticuantepe hasta la capital.
La espera agobia el tiempo, y cada vez se hace más tarde para llegar temprano, cinco microbuses han pasado pero ninguno con espacio para llevar a un pasajero más, tres personas asoman casi la mitad de sus cuerpos por la puerta del pequeño microbús. El cobrador, grita y empuja diciendo - “hay lugar al fondo, avancemos por favor”- mientras con mucho valor alzo mi brazo y le hago la señal de parada, para ver si alcanzo, y así poder llegar, el cobrado saca la cabeza por la ventana y me hace seña de que el microbús va lleno, aunque más adelante se detiene y sube a una joven delgada, muy bien arreglada, el cobrador empuja a la joven con fuerza hacia dentro para poder cerrar la puerta.
La espera se alarga más, pasado 15 minutos se acerca otro microbús un poco más espacioso que el anterior, aunque siempre lleno, ya es demasiado tarde como para esperar otro con la esperanza que venga vacío, el microbús va con 12 pasajeros, el límite de personas sentadas, y con 10 personas más de pie, más el cobrador y yo, somos 24 personas, con mucho esfuerzo logro alcanzar y sostenerme para no caer, porque el microbús viajaba con la puerta abierta, mientras se bajaban dos personas que iba a la siguiente parada, como a 4 kilómetros delante de donde yo aborde la unidad.
Se bajaron dos y yo seguía de pie, con la mitad del cuerpo torcido, porque no alcanzo completo en el microbús, más adelante se detienen y suben tres personas más, mientras el cobrador acomodaba a la gente, por el lado izquierdo aventaja otro microbús con la misma ruta que el nuestro, el conductor echa a andar el microbús y acelera para poder alcanzar y dejar al que nos aventajo, el otro microbús, que es de otra cooperativa va adelante.
El conductor del microbús viajaba a casi 100 kilómetros por hora en una carretera donde el límite de velocidad es de 60 kilómetros, no tardaron en escucharse los reclamos de la gente, “animal, nos vas a matar, acaso llevas ganado”, gritaba una señora que viajaba en la parte de atrás, un señor en el asiento de en medio reclamaba, “baja la velocidad, sos caballo, que bajes la velocidad, que por diez pesos no voy a perder mi vida”, el señor que manejaba el microbús hacía caso omiso a los reclamos de la minoría, una tercera persona grita y dice “o bajas la velocidad o me bajo hijue…”, al parecer las demás personas ya están acostumbradas a viajar como en una carrera de Need for Speed, mientras yo me sostenía más fuerte para no caer encima de una muchacha, debido a los frenazos que daba el microbús.
Saliendo a la carretera Masaya, nos espera el tráfico pesado de las 6:30am, avanzar a paso de tortuga es desesperante tanto para el pasajero como para el conductor, ni pensar que si llega tarde le cobran los minutos de retraso, y si yo llego tarde la profesora no me deja entrar a la clase, pero ya no puedo hacer más, pero el conductor decide aventajar por la derecha e invadir la zona por donde los peatones transitan, así sigue hasta que ve los conos color naranja a lo largo y un hombre vestido de celeste con chaqueta verde, es hasta ese momento que vuelve al carril que le corresponde, ya nadie grita ni se queja.
Aventajando por la derecha, sobre límite de pasajeros, exceso de velocidad, la puerta abierta, acompañante de cabina sin cinturón de seguridad, y además que no prestan el servicio de expreso, porque van subiendo cuanta gente alcance, si calculamos todas estas infracciones por cada viaje que hacen al día, estarían endeudados con la policía de tránsito.
Ya vamos llegando hasta donde el microbús hace su estación, y por ese momento el microbús se observa vacío, y ya me puedo sentar, pero ahora, para qué, si a tres cuadras adelante me bajo, con la nuca adolorida y sudado, he llegado, después de casi 50 minutos de viaje con sustos y frenazos, estoy completo, pero lástima que ya no puedo entrar a mi clase y he perdido las primeras horas, solo me queda esperar y prepararme para el viaje de mañana.