A los 16 años de edad, no tan pequeño, pero con la infancia aún en hombros, mis amigos de secundaria y yo, jugábamos en el patio del colegio, cuando llegaba la hora del recreo todos salíamos y dejábamos nuestras mochilas adentro del aula, en el patio había un árbol de melocotón, verde, frondoso y cargado de frutas amarillas, las que ya estaban maduras, y las que aún no lo estaban, eran de color verde. El árbol nos servía de diversión, jugábamos debajo de él y también comíamos de su ácida fruta.
Un día de tantos, mi mochila quedó dentro del aula y uno de mis amigos, el más bromista, cogió mi bolso y fue hasta el árbol de melocotón y lo lleno, dentro de la mochila había como 25 frutas de este árbol.
Luego, cuando terminó el receso y volvimos al aula de clases, yo agarré mi bolso y lo sentía demasiado pesado, como para solo andar tres cuadernos y un libro, abrí la mochila y vi lo que había dentro, tomé las frutas y se las lancé a mis amigos que estaban conmigo, iniciamos hacer “el relajo”, sin darnos cuenta que el profesor de Física, un señor bajito, delgado, de piel morena y de contextura débil, ya estaba escribiendo en la pizarra.
Uno de mis amigos, cogió un melocotón del suelo y lo tiro hacia delante donde se encontraba el profesor, sin calcular el tiro, mi amigo golpeó al profesor en la nuca. Todos pálidos y nerviosos nos quedamos viendo, mientras el profesor se sobaba donde le dolía.
El aula guardaba silencio, mientras los 8 muchachos que jugaban con los melocotones eran escoltados por el profesor hacia la oficina de la directora.
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