El vaivén de las olas simula la danza de tu cadera pizpereta que me llaman al calor de tus sábanas, que me hablan al oído y me llaman a ser parte de ti, a conjugarnos en un solo verbo, a ser uno solo en el calor de la noche, bajo la luz de la luna que nos invita a compartir nuestras esencias, a compartir nuestro querer, a ser más de lo que pensamos y llegar al punto máximo de la noche.
Ambiente perfecto para el inicio de algo que no terminará, para seguir explorando lo más profundo de tu ser, para llenar de alegría los sentidos de mi cuerpo y compartir contigo el sabor de la vida, el sabor extasiado de tu interior, el sabor que recorren mis labios, tócame con tus pasiones desenfrenadas de la noche, de la noche que será testigo de lo bien que terminaremos.
Ese encuentro mágico que todos desean, la noche nos seduce para adentrarnos en sus oscuros misterios, para aceptar las pasiones que nos rodean y vencer la confusión, para dar un grito liberador al viento, al cielo, desde lo alto sabrán el verdadero sentido de eso que deseamos, de eso que anhelas y que te hacer gemir con satisfacción hasta llegar a lo más alto.
La cima de este deseo es la más difícil de escalar, debo ganar a cuesta de todo para poder romper con ese sello que nos separa de ser uno, de ser dos cuerpos apasionados atraídos por esa luz resplandeciente, esa energía que nos hace estar unidos enfrentando cualquier obstáculo que nos impida estar siempre conectados en un mismo sentir, en un mismo corazón, en una misma pasión.
Tocarte con el más frágil de mis deseos para arrancar de ti mil suspiros que alimenten mi ego, mil vaivenes que sacien mis ser, despojar de tu garganta esos gritos que rompen con el silencio de la noche, esa noche la cual será testigo de mi más dulce crimen, del más apasionante momento de locura que dejará marcado aquel cuerpo indefenso que se entrega a mí, que ofrenda su pureza.
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